La comunicación y el afecto
La comunicación es el eje de la convivencia familiar y esta
existe siempre entre sus miembros; incluso cuando los miembros de la familia
“no hablen de los problemas” existe una comunicación, que no es la deseable,
pero que configura el comportamiento del grupo y de sus componentes.
¿Porqué nos
comunicamos?: A través de la comunicación observamos a los demás, podemos
percibir las aferencias y las respuestas
de los individuos aunque no siempre seamos
capaces de desentrañar lo que piensa el otro. Comprendemos que hay una gran
incertidumbre sobre los demás que necesitamos despejar en lo posible. Nos comunicamos
para expresar lo que pensamos o sentimos, saber lo que ignoramos y confirmar o
no aquello en lo que creemos. (3)
Los otros (familiares) al comunicar lo que piensan y creen del
adolescente hacen algo decisivo para él
que es modelar la estructura de ese yo y esto es capital en la función
socializadora de la familia; de este modo el joven aprende a comportarse como
la mayoría conservando a la vez su individualidad, su diferencia.
Por lo tanto la familia a través de esa comunicación
establece los vínculos que van a marcar el desarrollo futuro de cada individuo.
Esa comunicación es lógicamente de distinta índole: aprendemos, nos divertimos,
nos informamos, pero nada de esto crea una vinculación tan fuerte como la
afectiva. Los lazos afectivos que se establecen entre los miembros de la
familia con el bebé, luego niño y más tarde adolescente son vitales para que
este se desarrolle adecuadamente. Es de especial interés resaltar que el
cerebro derecho tiene una maduración precoz y muestra un fuerte crecimiento en
los dos primeros años de vida antes que el hemisferio verbal izquierdo y es
dominante en los 3 primeros años; esto ha hecho cambiar la atención desde lo
cognitivo a lo emocional. La investigación sugiere que el desarrollo de un
vínculo de apego derivado de la comunicación emocional y la maduración del
afecto son fenómenos claves en el lactante, mas aún que el desarrollo de
facultades cognitivas complejas (4).
La afectividad crea vínculos y estos son permanentes (para
bien o para mal), crean nuestra propia “historia” o “relato” y las relaciones
con las personas a las que estamos vinculadas afectan a nuestra vida. No somos
nosotros solos, somos lo que somos respecto a los demás. Todo lo que nos sucede
tiene relación con otros a los que estamos vinculados o con los que
interactuamos.
Un vínculo afectivo positivo es aquel que nos hace más
seguros y por ello mas autónomos, el “buen vínculo” es lo contrario de la
dependencia. También interactuamos con otras personas a las que tratamos con
deferencia o educación pero sin la carga
afectiva que existe en la vinculación en la que las necesidades o problemas
de la otra persona pasan a ser prioritarias para nosotros.
Las características del vínculo afectivo son la implicación
emocional, la implicación en un proyecto de vida en continuidad, la permanencia
en el tiempo y la unicidad.
No todos los vínculos son desde luego positivos, ni la
vinculación está exenta de conflictos. Cuando el adolescente lucha por su
autonomía es natural que la relación con los padres sea en algún momento
conflictiva; cuando existe una relación afectiva a menudo es necesario un cierto rechazo para tratar
de establecer esa autonomía (5).
Es importante dentro del grupo familiar, sea este de la
composición que sea, generar estrategias conducentes a establecer vinculación
afectiva entre sus miembros. Es fundamental que los padres puedan conocer como
mejor acercarse a sus hijos y establecer una vinculación afectiva positiva, para
ello es necesario en primer lugar expresar
el afecto, no darlo por sobreentendido, los niños y niñas no conocen
aquello que no se expresa, aprenden de lo que ven hacer, lo que no se expresa
no existe. El afecto debe hacerse explícito y no cuestionado: cuando reprendemos
a un niño/a debemos cuestionar su
conducta no a la persona o el cariño que sentimos por él (“eso que has hecho
está mal” versus “eres malo”). Esto convierte la relación en incondicional (en
el sentido del afecto) y así se favorece un sentido de “pertenencia” en el que
el niño o el adolescente se siente parte de algo o de alguien con un mismo objetivo.
Otra de las claves es el tiempo compartido y la permanencia: el tiempo
compartido es no solo una condición de cantidad sino de calidad. No se trata de
estar juntos todo el tiempo sino interactuar, compartir y crecer juntos como individuos y grupo. La permanencia de las relaciones de afecto
genera seguridad, así con el tiempo el niño/a puede integrar las ausencias
futuras sin daño a sus afectos.
Otro concepto fundamental en la génesis de un vínculo
afectivo positivo es el compromiso; compromiso
con un proyecto de vida a largo plazo, con las personas a las que nos sentimos vinculadas.
Todos necesitamos el compromiso de las personas amadas para sentirnos seguros,
necesitamos su apoyo, su ayuda, su
presencia en las situaciones de necesidad, o su simple compañía.
Los adolescentes que pasen de una niñez en la que se han
establecido vínculos afectivos positivos tendrán menos posibilidades de tener
conflictos graves con sus padres aunque como ya dijimos antes, no es el
conflicto el problema, si no el afrontamiento del mismo, quizás la indiferencia
o la apariencia de que no hay conflictos visibles sea mas grave porque indica la ausencia de vinculación con
los miembros de su entorno familiar.
Límites y valores
Creemos que la vinculación afectiva positiva entre los
miembros de la familia tiene un peso fundamental en el desarrollo del
adolescente, pero la afectividad no es un único ingrediente para la
convivencia. El niño debe aprender a relacionarse, a distinguir lo que está
bien de lo que está mal, lo permitido y lo que no lo está, debe ser motivado
pero se le debe trasmitir que los objetivos que uno se propone exigen esfuerzo
y que no siempre se consigue lo que se quiere. El niño necesita conocer los
límites y digo necesita porque los límites son las normas que le van a dar
seguridad y confianza en si mismos, conociéndolos van a saber lo que hacer en
un momento determinado. Tengo que citar aquí a Gustavo Girard y la forma en que
ejemplarizó la importancia de los límites: “Un grupo de personas se hallan en la terraza de un
edificio de 30 pisos sin nada que proteja el borde de la misma; todos están
concentrados en el centro del espacio y apenas se mueven por miedo a caerse. Si
se pone una leve cinta limitadora del borde la movilidad aumenta aunque todavía se muestran
temerosos; si se coloca un muro hasta la altura de la cintura en el borde de la
terraza todos se mueven con soltura y se asoman al vacío sin miedo” (6). Creo
que no se puede explicar mejor el valor de los límites en el contexto
educacional del niño y el adolescente.
Actualmente se
producen en la sociedad trasformaciones muy rápidas en todos los aspectos pero
sobre todo en lo tecnológico; la cercanía al ciudadano de cada vez un mayor
número de instrumentos de comunicación (móvil, ordenador-Internet, GPS) medios
de comunicación (TV, radio), dispositivos
electrónicos, de automoción etc crean la apariencia en nuestra sociedad de
un estado de virtualidad. Parece vivirse un mundo cuya realidad está mas lejos cada día, los niños creen que
la leche es un producto fabricado y contenido en un tetrabrick, la imagen o el sonido sustituye a la visión y
audición de lo cotidiano, hay una cultura de lo banal, de lo superficial, un
desprecio al esfuerzo y a la honestidad, se consume con fruición, se sabe el
precio de las cosas pero no se “valoran” las cosas, el éxito es el cuerpo
bello, la delgadez, ir a la moda, tener de todo y hacer ostentación de ello y
estos objetos y formas de ocio se quieren y se quieren ya. Los jóvenes de hoy
son “presentistas”, valoran lo próximo, lo local, la pequeña historia en lugar
de un proyecto de futuro, el gran relato, la trascendencia. Viven al día, hacen
lo que les gusta y les hace sentirse felices. Los jóvenes de hoy presentan un
rasgo muy llamativo que es el contraste entre unos valores finalistas (la gran
mayoría son solidarios, aceptan al diferente, creen en que hay que ayudar a
resolver problemas sociales a los que son sensibles) y sin embargo fallan en lo
instrumental; el porcentaje de adolescentes y jóvenes que participan en
programas de ayuda, colaboración activa etc. es pequeño en relación a lo
esperado. Aquí surge otro aspecto que es vital para un desarrollo saludable del
adolescente y es el tipo de valores que trasmitimos a los jóvenes (7). Si la
sociedad no aprecia el esfuerzo, la honestidad, el respeto, la solidaridad, es
difícil que la familia trasmita también estos valores, pero está claro que son
los padres los primeros grandes educadores y los niños no aprenden con sermones
sino a través de la emulación (8). Lo que hagan los padres será reflejado en el
comportamiento de los hijos y no basta que esos valores sean conocidos, solo su
aplicación en la vida cotidiana va a tener significación en la del adolescente
y en su desarrollo futuro como ser humano social. A los padres se le ponen las
cosas difíciles porque la presión mediática y de los amigos/as es muy fuerte
pero hay que aprender a decirles que no, hay que ser coherentes en los
comportamientos y respetuosos con su intimidad y puntos de vista (8). A pesar
de los mensajes apocalípticos sobre los comportamientos de los adolescentes
(solo se cuenta lo malo) la inmensa mayoría no han planteado graves problemas a
sus padres y piensan que el hogar es el sitio en donde se dicen las
cosas mas importantes sobre la vida, las ideas y la interpretación del mundo, después son los
amigos y siguen por este orden, los libros, medios de comunicación, centros de
enseñanza, iglesia y otros. (7).
Las familias
No quiero dejar de hacer un comentario sobre “las familias”.
He hablado en general de la familia como la familia nuclear o extendida
clásica, pero hay otro tipo de familias: monoparentales, con miembros de
distintos matrimonios, padres divorciados, con hijos de un miembro de la pareja
o adoptado, familias con hijos adoptados de edades y etnias diferentes,
matrimonios hetero o homosexuales etc. Cada
una de ellas tiene sus propias problemáticas y es innegable que en muchos casos
añaden un plus de dificultad en la convivencia y en la integración de los niños
y adolescentes, pero lo que quiero resaltar es lo ya dicho: el grupo familiar
que genere vínculos emocionales positivos a través de la comunicación verbal o
no verbal y los padres o tutores que
eduquen en los valores democráticos y sepan establecer los límites a sus
hijos o jóvenes bajo su tutela será la mejor familia posible.
Es importante también, aparte de la composición de la familia,
resaltar aspectos tales como el tipo de trabajo, de los padres, si trabajan fuera de casa, o un miembro (en
general la madre) trabaja como “ama de casa”; el tipo de actividades de los
padres y la situación económica y cultural. En las familias con buena posición
económica los adolescentes hacen mas deporte y participan en grupos de
actividades diversas. Los más pobres suelen tener actividades menos
estructuradas (8).
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