¡CUIDADO! TU NO TIENES LA CULPA.
Me siento culpable, es una expresión habitual, una expresión
que refleja la percepción de un deber omitido o una acción equivocada,
lógicamente uno se siente culpable de malas acciones aunque el que las realiza
a conciencia no suele sentir tanta culpa como el que lo ha hecho
involuntariamente por acción u omisión. La mayoría de la gente es consciente de
los males y sufrimientos de sus semejantes, no en vano uno de los motivos de
conversación principales de cualquier ser humano es hablar de “como les va la
vida” a ellos, a sus familiares, amigos y de paso comentar los acontecimientos
particulares relevantes de la sociedad cercana, de su entorno y así
extendiéndose cada vez más hasta los niveles de la globalidad. A medida que nuestras
preocupaciones se alejan de nosotros en el espacio, es decir cuando comentamos
una guerra lejana nuestra posibilidad de intervenir en la resolución de ese
conflicto es irrelevante, pero podemos intervenir en lo más cercano de una
manera intensa: educamos y protegemos a nuestros hijos, podemos ayudarlos
económicamente si disponemos de medios y ellos no los tienen, podemos prestar
dinero a un amigo, podemos participar en una colecta en nuestro ayuntamiento para mejorar las condiciones de personas marginadas,
también formar parte de una asociación para la defensa de algunos bienes
culturales, podemos participar en una manifestación en contra de una
determinada propuesta del gobierno autonómico o estatal que consideramos lesiva
a nuestros intereses o a los de una clase social, y también podemos participar
en este tipo de respuesta cuando protestamos por aquella guerra lejana.
Como vemos nuestra acción participativa es más potente
cuanto existe más cercanía física y afectiva, como es lógico, pero nos encontramos
con un pequeño problema: el altruismo. Los seres humanos sensibles, es decir la
mayoría lo son, claro que lo son al nivel que “pueden”; por lo general en las
situaciones de estrés, guerras, hambrunas, desastres se desarrollan grados de
generosidad y arrojo impresionantes, dentro de la miseria se producen aunque
parezca imposible muchos casos de enorme solidaridad. No cabe duda que los
seres humanos se ayudan unos a otros, como también es cierto que pueden
desarrollar una violencia aterradora. Ahora que hablamos tanto de la
neurobiología parece haberse descubierto que las emociones influyen más en las
decisiones que tomamos que el frio raciocinio, creo que la intuición ya nos lo
venía señalando desde hace siglos: las muchedumbres arrastradas a guerras mundiales
exaltadas por los discursos patrióticos de unos gobernantes ignorantes,
soberbios y cobardes (La gran guerra) o llevados a la mayor masacre mundial de
la historia al alimentar y encumbrar a un monstruo como Hitler. Los soldados
que iban al frente en la gran guerra iban cantando, la gente los vitoreaba con
la alegría del que se siente orgulloso de su empeño, 25 millones de muertos
después la alegría se había tornado estupefacción y dolor.
La gente quiere ayudar, siente que debe participar, debe apoyar
con un donativo o morir por su patria y claro siempre hay quien le empuja. El
individuo piensa pero la masa enardecida no y ahí surge el problema. Se utiliza
el altruismo y el idealismo como disparador de conciencias y ya no hablamos de
ir a la guerra pero sí de bombardear las conciencias con las noticias del
mundo, con profusión de detalles, inmediatez y descaro para que te enteres de
todos los detalles más sórdidos y veas que el mundo que te rodea es un
estercolero infecto. Esta puede ser la sensación que percibe cualquier
ciudadano actual que se mantenga informado. Para ayudar están las redes
sociales (tienen también un enorme poder formativo y de comunicación) otro pozo
de sensacionalismo, tergiversación y
mentira.
Hablábamos de la culpa, sí, todo lo dicho viene a confluir
aquí, somos gente que desea ayudar, nos abren por todos los lados frentes de
desesperación y dolor y eso nos frustra y nos sentimos culpables de no poder
canalizar nuestra energía, de no poder ser útil. Se ve en los mensajes de la
gente “intentando ser feliz”, lanzando proclamas contra todo aquello, que es
mucho, que nos agobia, mostrando en definitiva, impotencia, tristeza,
pesimismo; ¡por mi culpa! parecen decir.
Pues NO. No podemos dejarnos influir por semejante
pensamiento pesimista global. La culpa paraliza, nos hace abandonar; pensamos
¡es imposible, nada se puede hacer! Además los mensajes que se trasmiten desde el poder tienden a buscar el enfrentamiento entre las clases menos favorecidas de modo que el que tiene un trabajo digno sea visto como un enemigo por el que no lo tiene. Procuremos no equivocarnos de diana.
Pues SI se puede hacer, si tú haces tu trabajo, ayudas a los
tuyos, participas en lo posible en el bien de la comunidad y te informas y
exiges con serenidad y confianza aquello
que crees debes defender estás haciendo lo correcto, pero no te debes sentir
culpable de las guerras que tu no has creado, ni de las torpezas de los
políticos, ni de las maquinaciones globales de los fantasmas financieros. Eres
uno solo de los siete mil millones, no te "sobrevalores". Debemos alentar a nuestros jóvenes a la cooperación, a la acción desde el entorno familiar. Los padres que impulsan a sus hijos a ser autónomos lo hacen desde la distancia, les enseñan lo que saben, les comunican su experiencia y dejan que los hijos se vayan responsabilizando de sus actos a medida que crecen, así se sentirán mas seguros, mas fuertes y menos frustrados, si hacemos las cosas por ellos no "crecerán" y no podemos esperar que sean los adultos responsables que deseamos que sean.
Esta reflexión es opinión del autor y como tal debe ser tomada. JL. Iglesias Diz
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