¿Que es un buen
médico?
Leí recientemente un artículo en una revista informativa de medicina cuyo titular era sugestivo: ¿Son mejores médicos los que llevan el
nº 1 en el examen MIR?
La cuestión no se me fue de la cabeza, el artículo
transcribía opiniones de otros médicos con experiencia, pero no había una referencia a un trabajo
empírico que aclarara la cuestión. Debería hacerse, pero antes deberíamos
preguntarnos que es un buen médico o que es ser un buen médico.
“El que no sabe lo que
busca, no entiende lo que encuentra”
Es decir, un individuo bien formado, con grandes
conocimientos sobre la Medicina aunque estos solo sean teóricos está en el mejor
camino para hacerse un buen profesional, conoce los síntomas, los signos, las
alteraciones de las pruebas que traducen la enfermedad, eso hace que si le
cuentan unos determinados síntomas él puede deducir mejor un diagnóstico y un
tratamiento que aquel que tiene una formación deficiente. No cabe ninguna duda.
¿Pero el hecho cognitivo es el único que tiene importancia?
La respuesta, a mi modo de ver, es no. El conocimiento es fundamental, sin él
como ya dijimos no es posible descubrir las entrañas de la enfermedad, pero
¿cómo obtenemos la información? La manera con que el médico obtiene información
es la anamnesis, que consiste en
preguntar al enfermo cuáles son sus males, que le ocurre, como siente su
enfermedad, que datos tiene que diferencian su estado actual de su estado
saludable. El enfermo puede ser algunas veces muy preciso, pero las más de las
veces no es capaz de definir bien sus síntomas y es necesario una capacidad
“policial” para arrancar esos preciosos datos de la confusa percepción del
enfermo. En algunos casos como cuando el paciente es un adolescente hablamos de
la ”agenda oculta” es decir el paciente relata unos síntomas pero oculta los
importantes. Por lo tanto saber preguntar, indagar, es una cualidad
imprescindible. Cuando estudiamos las enfermedades, el diagnostico ya está
hecho, estudiamos la artritis reumatoidea y nos la aprendemos pero cuando alguien acude
a nosotros porque le duele una rodilla no podemos pensar de entrada que es una
artritis reumatoidea, hay mil posibilidades diagnóstica en una rodilla
dolorosa.
“En teoría, la teoría
y la práctica son iguales, en la práctica no”
Por tanto hay que tener una base de datos bien nutrida pero
un “programa informático” adecuado para el mejor uso de esos datos. Se necesita
esa habilidad, esa curiosidad y esa inteligencia para discriminar lo que es
importante de lo accesorio: Un alumno brillante se sabe de memoria todos los
tipos de tumores cerebrales posibles y los recita con precisión, cuando le dan
los datos de un paciente con sospecha de un tumor cerebral sin embargo no es
capaz de decir cual es el más probable, el médico experimentado tiene casi
olvidados unos cuantos tumores que son excepcionales pero sabe que el paciente
es un niño con ataxia e hipertensión endocraneal y que tumor más frecuente en
estos casos es un astrocitoma cerebeloso. Solo la experiencia completa el
conocimiento de la medicina, pero hay una condición importante que debemos
sumarle: cada caso que hemos visto, diagnosticado y tratado debe quedar grabado
en nuestra mente como la página de un libro, si olvidamos ese proceso nuestra
experiencia será borrosa y no reforzará nuestra capacidad diagnóstica.
“A veces curar, a
menudo aliviar, siempre confortar”
Tampoco es suficiente para ser un buen médico saber mucho,
diagnosticar bien y ser un buen práctico, es necesario tener en cuenta la
peculiaridad del trabajo como médico. Tratamos con personas y estas personas
están enfermas; la enfermedad mina nuestra autoestima, nos sentimos débiles y
además nos ponemos en manos de un profesional que será o eso se espera nuestro
sanador. El enfermo tiene miedo, el miedo surge ante lo desconocido (a todo el
mundo le pasa en estas u otras circunstancias) y lo que nos aterra nos vuelve
suspicaces, desconfiados o nos deprime. Los problemas más graves que ocurren en
la relación médico-enfermo están mediados por la falta de comunicación. No es
la gravedad de la enfermedad, ni el sufrimiento lo que provoca enfrentamientos,
es la mala comunicación y digo comunicación, porque podía decir afecto, pero el
paciente pide saber para confiar en su médico, saber por qué hace lo que hace,
porque se le hace esta u otra prueba, que es lo que se espera que suceda. El
pronóstico, esa gran dificultad, es muy importante para el paciente: ¡Dr.
Quedaré bien?, ¿me curaré? ¿voy a morir?
Ahí sí que hay que echar toda la carne en el asador, tenemos que
afrontar la relación con el enfermo desde la información adecuada, clara, a la
altura de la comprensión del enfermo, con paciencia,
“No hay medicina sin
confidencia, no hay confidencia sin confianza, no hay confianza sin secreto”
El médico además debe ser escrupuloso con la información que
el paciente le revela porque esa interacción es clave, pero la desconfianza
puede echar al traste la veracidad de la información. El médico no es adivino,
si se le dan datos falsos se encamina hacia el error, error que puede existir
de por si con buena información.
“Ni ser el primero en
coger lo nuevo, ni el último en dejar lo viejo”
Hoy en día con las guías, protocolos e información
bibliográfica asfixiante, los médicos llegan a ser rehenes de la información y
puede que el médico joven piense que hay que estar a la última y aplicarlo
inmediatamente. Solo la experiencia y una mirada crítica nos permitirá la
aplicación de los métodos diagnósticos y tratamientos apropiados.
“El que solo sabe
medicina, ni medicina sabe”
El médico debe ser prudente, informado en su materia y
culto. Creo que tener una sólida cultura general, ser lector, interesado por la
actualidad y los libros de los grandes, nos ayuda a comprender mejor a las
personas y el mundo que nos rodea, lo cual se traduce en una mejor fluidez para
la relación médico-paciente. Hay una
larga tradición de médicos humanistas.
Y por fin decir que cuando elige uno la carrera de medicina
debe estar dispuesto a un ejercicio profesional de servicio a los pacientes,
deberá procurar curar el cuerpo y el alma del enfermo, empatizar, sin perder la
perspectiva de su función, con el dolor de aquellos a quien trata, estar
dispuesto a soportar las miserias humanas, la falta de reconocimiento, el
recelo y otras penalidades que entorpecen la convivencia de los hombres sin
perder de vista el deber que nos obliga. Una verdadera vocación es la base para
intentar ser un buen médico.
Chapó, me ha encantado querido amigo.
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